jueves, 23 de febrero de 2012

Paseador de perros



Paseador de perro (Alfaguara 2008) es la historia de un tour por las calles de Madrid y su periferia. Es una novela contaminada por la desesperanza de ser un inmigrante que no encaja en Madrid. Sergio Galarza recrea las tragedias y los placeres de una ciudad que tiene mucho y poco que contar, desde Malasaña hasta Coslada, desde Alcorcón hasta La Moraleja.
Paseador de perros, la primera novela del escritor peruano Sergio Galarza (Lima, 1976) nace como ampliación de un cuento corto titulado “El mapache” publicado en un libro de cuentos anterior.
El narrador, un joven inmigrante, viaja en metro y en autobús de un lado a otro para llegar a tiempo a su trabajo: pasear perros. Así sobrevive. Parece un oficio sencillo, pero el desamor y la sensación de esclavitud del que trabaja de lunes a domingo, lo hacen tan vulnerable y frágil como lo son, por otros motivos, algunos de los personajes con los que se cruza: un anciano con un mapache enjaulado, una mujer adicta a la autoayuda y aterrada por su rostro, un matrimonio que espera su final y, sobre todo, perros, de todas las razas y tamaños.
Lo importante de la novela en su escritura que radica en su insistencia en mostrarnos el desasosiego, la simpleza de los eventos que se van presentando y por simple que sean deforma la percepción del narrador hasta llegar a la liberación concretizada por los animales. Siento que los animales van cambiando, como el narrador, cuando uno transita la novela. Otro punto importante es el tema de la migración y como se construye este nuevo inmigrante en una ciudad que ya no posee la esperanza que tenia en su imaginario, seguramente construido en su ciudad natal donde huyo en busca de nuevas oportunidades. Un punto de objetar es que el lector podría entender que la lectura de la novela podría resultarle plata y chata por los sucesos sin importancia que se van relatando en la obra pero uno debe entender que el narrador formula  esta escritura para crear ese ambiente de insatisfacción que siente por su vida vida misma. 
Sergio Galarza en esta novela reflexiona sobre los cambios que se han producido en las grandes ciudades tras la llegada masiva de nuevos vecinos y como este fenómeno ha afectado a lo que entendíamos como una ciudad cosmopolita como es Madrid. 
Paseador de perros es la primera novela de lo que Galarza ha llamado su “Trilogía Madrileña”.

Puntuación: Bueno
Presentación: Muy buena
Género: Narrativo
Leído: 22 de enero del 2012




miércoles, 22 de febrero de 2012

Las 10 imprescindibles de Alexis Iparraguirre





Alexis Iparraguirre (Lima, 1974) es uno de los mejores narradores peruanos de hoy. Su libro de relato El inventario de las naves se alzó con el prestigioso Premio Nacional PUCP 2005. Alexis nos invita a leer sus diez imperdibles. Tomemos nota:

El barón rampante de Italo Calvino. Siempre lo recomiendo cuando mis amigos me piden un libro ameno e interesante. A veces, eso es otra forma de pedir literatura que entretenga, que no sea el volumen lento y solemne que  algunos prejuicios asocian con la gran literatura. El barón rampante es un libro sumamente entretenido, pero también un ejercicio artístico de primer nivel, que asocia la aventura, la fantasía y una sutil disposición argumental a partir de su alegoría de fondo: el noble adolescente que decide, como utopía personal, nunca bajarse de los árboles a mediados del siglo XVIII. Quien quiera constatar que una historia lineal esconde, en su aparente simpleza, el difícil arte de trenzar conflictos hasta que alcancen sus últimas consecuencias puede encontrar en esta compendiosa novela un magnífico modelo.

La cartuja de Parma de Stendhal. Cuando los personajes de la literatura actual resultan a veces solo variaciones de una única voz narrativa, y ella, las más de las veces, es un modo poco elegante de la figuración del autor, entusiasma comprobar que todavía en los libros de Stendhal cada personaje es una suma de sensaciones específicas y razonamientos irrepetibles, es decir, de sensibilidades tan intensas y autónomas, diferentes de la voz autoral, que antes de experimentarlas solo las  podíamos identificar en el flujo de la vida misma . En particular, La cartuja de Parma consigue un tratado de los matices de la psicología femenina que, justo por su extrema delicadeza, se condena de modo casi insensible a su propia anulación. Flaubert y Tolstoi vieron en ello una rigurosa crítica a los tics sentimentales en boga de su época. Los lectores de Stendhal aprendemos de él que la ficción parece un escenario vacío sino se puebla de muchas y distintas personalidades.

Los hermanos Karamasov de Fiódor Dostoievski.  Cuando se lee este libro se experimenta el efecto de una puesta en escena hipnótica y truculenta. O, como dijo Shakespeare, que la vida es el monólogo vociferante de un loco, que, como Hamlet, padece de extrema lucidez. No es extraño porque el joven Dostoievski  quiso ser dramaturgo y admiraba a Shakespeare a tal punto que se planteó emularlo. Se dio cuenta, casi de inmediato, de que era apenas una sombra de su modelo, pero el entrenamiento le valió para convertir a los personajes de sus novelas en los más turbios, torrentosos y delirantes devotos de una sinceridad histérica, imprevisible y vital. El único limite que les impuso Dostoievski  fue que el pecado se castigase y que la redención tuviese una oportunidad entre sus delirios. Los hermanos Karamasov, Mitia, Vania y Aliosha, involucrados de un modo u otro en el asesinato de su padre, enseñan cómo hablar con una mano en el corazón y la otra en el laberinto de la contradicción y la iluminación más inesperadas.

Ficciones de Jorge Luis Borges. Nadie entiende bien cómo un cuento puede ser un universo, con sus continentes y sus mares, con sus naciones y su metafísica, hasta que no ha leído los resúmenes apretadísimos de poesía, erudición y fina imaginación de Jorge Luis Borges. Inventor de una nueva forma de prosa, aquella que condensa muchos símbolos en la escueta gramática de una narración aparentemente clásica, su legado mayor, no obstante, solo es percibido por quienes emprenden la labor de escribir cuentos luego de leerlo. Borges sitúa la ambición del género fuera de cualquier proporción anterior. Luego de Borges, un cuento puede contener el mundo imaginado por una novela o por varias sin escapar al precepto de la única línea argumental. Un cuento, para los latinoamericanos, deja de ser el mero relato incidental con valor emotivo o alegórico y se convierte en una arquitectura en miniatura, en una  piedra minúscula labrada por el cuentista con lente de joyero inagotable. De Borges se aprende que un cuento es una torre o un abismo en que tiene sitio la magnitud de lo pensable.

Pedro Páramo de Juan Rulfo. Es la novela del Boom antes del Boom. Contada en resumen, solo es la reconstrucción que un fantasmal Juan Preciado logra de la vida de su padre, Pedro Paramo, el señor de horca y cuchillo de Comala, un pueblito en el árido norte mexicano. No obstante el montaje cinematográfico al que Rulfo somete la historia sin contemplación de ningún tipo, permite descubrir en la superposición de sus muchos episodios, como en un cuadro cubista, el poema de desamor de un niño solitario, o un alegato sin énfasis sentimental contra los crueldad de los terratenientes, o una historia de aparecidos ofendidos y sin memoria, o una historia de bastardías irreparables;  en suma, un compendio enigmático, nunca clausurado, que alude a la imagen del México que entendía Rulfo. De modo muy semejante, proceden los novelistas latinoamericanos que lo sucedieron cuando proyectan relatos de relaciones familiares como símbolos del drama nacional e incluso continental. Leyendo a Rulfo no solo conocemos el impacto del arte moderno en la narrativa en español sino  aprendemos a conocer cómo se hizo novelas en el siglo XX en Latinoamérica.

El perseguidor de Julio Cortázar. La melancólica historia que Bruno V. refiere sobre su amigo Johnny Carter, saxofonista genial, adicto a drogas de todo calibre, desde su gira por París hasta su repentina muerte no solo es la escenificación de las tensiones entre la mirada de un crítico musical en su cómodo papel de consumidor  de arte, y el modo de vida ajeno a convencionalismos, incluso inmoral, del artista que persigue, en nombre del arte, dimensiones de la sensibilidad desconocidas. Cortázar consigue una altura adicional: revivir el mito del genio que está más allá de cualquier comprensión racional sin caer en la fantasía o el elogio gratuito. Johnny viaja en metro, pierde saxofones, hace algunas metáforas sobre el tiempo que carecerían de cualquier sentido sino fuera por el alcance y los éxtasis a los que conduce su música. Entonces, se convierten en pistas de un conocimiento al que el ser humano apenas puede intuir por obra de seres como Johnny. El perseguidor es una puesta al día del mito del artista para el siglo XX y enseña a hablar del oficio sin hablar directamente de él, a señalarse a uno mismo sin nombrarse, a discutir de los límites del oficio ejecutándolo a la vez.

Conversación en la Catedral de Mario Vargas Llosa. El afán de síntesis planteado por Borges tiene su contraparte novelesca en la aspiración de la novela total, esa que hable de toda una sociedad desde cualquiera de sus personajes, de sus estamentos sociales, de sus sensibilidades. Vargas Llosa consiguió ese objetivo, o lo fingió con la suficiencia de los más grandes fabulistas, en este libro. No le falta nada: grandes tramas, personajes inolvidables, discusiones políticas, sentimentales, acaso filosóficas: todo surgen en medio de un insondable abismo de voces que conversan, odian y aman en el marco del diálogo memorioso entre Santiago Zavala, hijo renegado de un gran burgués, y el negro Ambrosio, antiguo chofer de su familia. Así Vargas Llosa reinventa, al compás de su imaginación, los años cincuenta en el Perú y sus extravagantes miserias durante la dictadura de Manuel Odría. Ambiciosa como pocas novelas, Conversación no solo usurpa la verosimilitud de la realidad, sino que consigue una inventario de tipos humanos limeños y peruanos aún hoy reconocible. Vargas Llosa configura un temperamento de lo peruano-limeño que otras imaginaciones no han logrado ensombrecer. Cualquier retrato posterior de ese temperamento, hasta la fecha, se aprende de él.

El mundo sin Xóchitl de Miguel Gutiérrez. La historia de los amores incestuosos de Wenceslao y Xóchitl, hijos del avinagrado don Elías, terrateniente cosmopolita piurano que, en nupcias otoñales, se casa con una aspirante a actriz de ópera bellísima y medio loca, parece un sumario de literatura decadentista, de aquella que era del gusto de los lectores europeos de fines del siglo XIX. No obstante, situada en la norteña Piura, en un tiempo mágico, entre el arribo de los adelantos de la modernidad y la supervivencia de creencias ancestrales, la novela explora con profundidad y atrevimiento la cultura sentimental de su época y sus arrebatos eróticos y sus numerosos excesos. En ningún momento, sucumbe a los lugares comunes del melodrama y sus truculencias, y cuando los bordea, escoge enfocarlos desde los ojos del dolor maduro y no del llanto. Por eso, Gutiérrez cumple la aparentemente simple, pero única labor, de dedicar una novela peruana completa al amor sin adjetivos, o al desamor, que es otra cara de la misma moneda.

Trilce de César Vallejo. La literatura frecuentemente se ha dedicado a inventarse con ayuda del pasado y la imaginación. Trilce quiere imaginar sobre el futuro. Sobre cómo será una poesía que solo conocemos como adelanto de un tiempo por venir o que ni siquiera estamos en capacidad de entender, pero cuya figura hermética permanece como la esfinge entre nosotros, segura de que su tiempo habrá de llegar y sus enigmas serán afirmaciones tan comunes de la vida como “Hace frío” o  “Te amo”. Contra ello se alza el sentido común: la ambición de imaginar el futuro parece desmedida y condenada a ser superada por el futuro real que siempre muestra a nuestra imaginación como insuficiente o débil. No obstante, ello no ha ocurrido con los poemas de César Vallejo en este poemario, cuyo mismo ofrecimiento a la lectura  es un gesto esperanzado en el destino de la especie y en la capacidad de esta para ampliar mediante los sentimientos y sus emociones los límites de la razón hasta concebir como comprensible una poesía escrita para y desde un tiempo inexistente. Quien piensa que en el propósito de Vallejo hay un acto de soberbia ilimitada constatará en la lectura de Trilce que los enigmas que plantea continúan, inquietan, nos prueban, y Vallejo sigue escribiendo desde lo que aún no sucede.

Las partículas elementales de Michel Houellebecq. Si el convencimiento de que existe una vida mejor nace de mostrar que habitamos en una muy mala, el libro de Houellebecq  se encarga de probar hasta la saciedad lo segundo. La novela es su demostración organizada y sensible a través de las biografías paralelas de dos hermanastros, condenados al fracaso desde que nacieron. Envueltos en la vorágine de fines del siglo XX, son testigos pusilánimes de cómo agonizan utopías de derecha y de izquierda en las figuras mediocres de sus parientes y amigos próximos, debacle de la que solo se mantienen a flote porque son consumidores compulsivos de un mercado sin límites, que oculta la inutilidad de sus productos bajo el aura del prestigio y cuyo mejor señuelo para ventas es el sexo. Ello hace imposible las relaciones de pareja, puesto que los cuerpos de los amantes se vuelven bienes desechables, e impide la fuga hacia estados alguna vez viables como el amor o el autoexamen. Historia de dos conciencias que testimonian sin prisa su aniquilamiento en el supermercado de la vida, cada una de sus páginas incomoda al lector, que se reconoce como parte de esa sociedad detestable. La lectura de Houellebecq enseña la crítica radical completa, donde la única salida es la fantasía.

Duna de Frank Herbert. Aunque la fantasía no sea el lugar de la vida, su plasticidad la hace apta para hablar de esta con una libertad que reservas personales o estéticas impiden, o de pura vocación por ella. Duna es una de las mejores pruebas del uso de la fantasía de aventuras con inusual habilidad artística: es un drama dinástico, una exploración en el seno de las religiones contemporáneas, una estudio sobre el pensamiento mesiánico, una especulación de las consecuencias geopolíticas de los monopolios económicos, un retrato descarnado de las relaciones internacionales y un elogio del más puro ecologismo. Épica del destino de la especie en un universo en que el misticismo es indiferente de la política, no obstante, la historia del planeta desértico Duna es la de una humanidad obligada a elegir lo inesperado en cada callejón sin salida al que la conduce la razón de estado, los negocios corporativos o el fanatismo. Imagen de urgente actualidad, es una novela para especular sobre los caminos que abre el futuro, no en miles de años, sino en el siglo que recién empieza.